Conductas compulsivas
- Jan Rosado Terapeuta
- 26 sept 2016
- 5 Min. de lectura

Aportaciones de la terapia Gestalt al trabajo con dependientes.
Todas las escuelas psicológicas han hecho diversas aportaciones en el concreto trabajo con dependientes. El mestizaje entre ellas se ha consolidado en cuanto a ciertos contenidos, si bien hay diferencias significativas en la concepción global. Citaré a continuación algunas de las que considero más características y “nutritivas” desde un enfoque gestáltico, poniendo un especial acento en lo concerniente al desarrollo de la consciencia, así como a la actitud y la implicación del terapeuta. Orientación a la consciencia antes del cambio.
No es extraño observar una precipitada orientación al cambio en el tratamiento con pacientes dependientes. Influye el hecho de que nos encontremos frente a problemáticas revestidas de cierta urgencia por el peligro real que suponen sobre las vidas de los dependientes y por lo angustiosa que resulta para ellos y sus allegados una situación de este tipo (acompañada, en no pocos casos, de serios conflictos de convivencia, problemas de salud o hasta delincuencia). Además, existe una acentuada disociación entre los actos y el discurso del dependiente, de modo que llevar al paciente a la referencia de sus acciones va a suponer una útil fuente de realidad.
Sabemos que en Gestalt el “quiero, pero no puedo” bien puede leerse como un “quiero y no quiero”, lo cual nos pone más en la pista de necesidades en conflicto, falta de consciencia y ambivalencia que de las improductivas polaridades hacia el victimismo (“el pobre es que no puede”) o la culpabilización (“lo que pasa es que no le da la gana y ya está”). Esta polaridad irreconciliable se proyecta en la concepción de los tratamientos, los familiares, las instituciones e, internamente, en las vivencias del propio paciente, transgresor y auto-culpabilizado, omnipotente e impotente, esclavizado a la supuesta libertad que la conducta compulsiva le otorga.
La predisposición a un cambio urgente que salve este conflicto está servida. No obstante, en el ámbito puramente psicológico, cambiar lo que se hace, se piensa o se siente por algo distinto no resulta oportuno si uno no se percata antes con detenimiento de su posición.
Reconducir la acción, sin duda, es muy importante; supone consolidar a nivel externo los cambios internos. Pero precipitarse a otro lugar cuando no se sabe apenas nada de para qué se está donde se está, de para qué sirve, de cómo se siente uno, de qué está evitando, qué no se permite o qué idealización persigue, cuál es su motivación legítima o lo que fuere, sólo va a fomentar la inconsciencia y, por ende, la sensación dependiente del “dime qué he de hacer”.
Esto es algo bien distinto a la necesaria responsabilidad de ir desvelando los propios conflictos y necesidades para luego decidir libremente qué se quiere o no hacer al respecto. Prefiero entender al terapeuta como un acompañante en el proceso, y no como un dispensador de acciones oportunas, ya que esto supone responsabilizarse del paciente más allá de lo recomendable si nuestro objetivo es trabajar con su dependencia en dirección al auto-apoyo.
No hemos podido evitar un “peregrinaje” por diversos intentos y procesos de tratamiento de muchos dependientes. Se han tenido que aceptar las recaídas como parte del proceso curativo. Incluso están poniéndose en marcha recursos cuya propósito es mínimo: que la situación al menos no empeore, nada más. Por eso no podemos simplificar un asunto tan complejo.
El dependiente necesita volver a sensibilizarse con su propio cuerpo, con sus emociones y sus pensamientos, con los demás, a la vez que aprende a tolerar y elaborar el sufrimiento -y el placer- que eso le genere.
Probablemente sobrevendrá una crisis, pero no es algo “negativo” a resolver arrebatadamente, sino algo a contener, a guiar y a apoyar para que sea capaz de experimentarse en ella sin escaparse una vez más. La presencia del terapeuta en esos momentos, su empatía, su escucha y su mirada son fundamentales como contención para el adicto, proporcionando permiso a lo genuino y límites a lo neurótico. No hay que estar empeñado en el cambio, de modo que pudiera forzarse o, cuanto menos, supusiera una evitación de la experiencia en curso. “No empujes el río”, titulaba una de sus obras Barry Stevens.
Sin duda, es una buena inversión tomar el pulso a la motivación, lo que no es otra cosa que detenernos a darnos cuenta de cuáles son sus necesidades, qué hace para satisfacerlas (ciclo de la experiencia), y en qué medida lo consigue o no (gestalts inconclusas que reaparecerán). En el consumo abusivo, conductas compulsivas o relaciones tóxicas encontramos un claro ejemplo de necesidades no satisfechas, puesto que se crea una adicción obsesiva y ansiosa. Será necesario revisar todo el proceso citado. Además de aprender lo que se desconoce (añadir), un objetivo substancial del tratamiento va encaminado a retirar obstáculos (quitar) para que el dependiente se permita ser quien sabe que es y descubrirse en la adquisición de nuevas potencialidades. Si el paciente encuentra en el espacio de la terapia una escucha atenta y un lugar donde expresarse en profundidad, nos sorprenderá más de una vez la conciencia que ya posee acerca de lo que necesita, lo que le hace daño y cómo ha de conseguirlo.
Hay que partir de ahí, ejerciendo más la labor de alentar al descubrimiento que la de prodigar en soluciones tanto desde un rol autoritario teñido de moralidad o profesionalidad, como desde un papel de “salvador”. No es extraño que un adicto sugiera que le digamos cómo cambiar, qué tiene que hacer. A veces esto significa que ha llegado el momento idóneo para el cambio. Procede entonces la orientación o hasta el consejo. Pero no pocas veces he descubierto que no era sino un modo de evitar la experiencia presente con nuevas idealizaciones o motivaciones ajenas. Una dinámica equivalente a la del consumo: “tengo que estar bien y a gusto ya”. Si ocupamos la sesión grupal, por ejemplo, hablando de los cambios “que empezaré a hacer mañana” (a saber, “hoy es la última vez que consumo y mañana lo dejaré”), puede que todos estemos evitando abordar aquí y ahora las crisis en curso, las ideas de consumo, la culpa, las dificultades de comunicación, la soledad o la impotencia. También puede ser un escape para el profesional, que se sienta más seguro y competente hablando de lo que hay que hacer una vez más que escuchando un momento crítico y sintiendo que no todo está en sus manos.
Es importante no infravalorar el enorme poder que tiene una profunda sensibilización con uno mismo a nivel físico, emocional, mental, social y hasta existencial de cara a una motivación sólida para el desarrollo, lo cual no tiene nada que ver con etiquetarse peyorativamente al modo “soy un dependiente”.
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