Autoestima ¿cómo la consigo?
- Jan Rosado Terapeuta
- 22 ago 2016
- 9 Min. de lectura

Primer pilar
La práctica de vivir conscientemente.
¿Por qué es importante la consciencia? Porque para todas las especies que la poseen la consciencia es el instrumento básico de supervivencia la capacidad de ser consciente del entorno de alguna manera, a algún nivel, y de orientar la acción en consonancia.
Los seres humanos somos seres para los que la consciencia es volitiva. Esto significa que tenemos una opción extraordinaria:
La de buscar la consciencia o no hacerlo (evitarlo activamente) la de buscar la verdad o no hacerlo (evitarlo activamente), la de enfocar nuestra mente o no hacerlo (u optar por defender un nivel de consciencia inferior).
En otras palabras tenemos la opción de ejercitar nuestras facultades o de subvertir nuestros medios se supervivencia y bienestar. Si no aportamos un adecuado nivel de consciencia a nuestras actividades, sino vivimos de manera consciente, el precio inevitable es un mermado sentido de eficacia personal y de respeto de uno mismo.
No podemos sentirnos competentes y valiosos si conducimos nuestra vida en un estado de confusión mental. Nuestra mente es nuestro instrumento básico de supervivencia. Si se traiciona ésta, se resiente la autoestima.
La forma más simple de esta traición es la evasión de los hechos que nos causan perplejidad. Por ejemplo: “Sé que mi forma de comer está arruinando mi salud, pero...” “Sé que estoy viviendo por encima de mis posibilidades, pero...” “Sé que soy un farsante y miento sobre mis logros, pero...”
Mediante las miles de elecciones que realizamos entre pensar y no pensar, ser responsables ante la realidad o sustraernos de ella, establecemos un sentido del tipo de persona que somos. Rara vez recordamos conscientemente estas elecciones. Pero éstas se acumulan en lo profundo de nuestra psique, y la suma es esa experiencia que denominamos autoestima.
La autoestima es la reputación que llegamos a tener para con nosotros mismos.
Segundo pilar
La práctica de la aceptación de sí mismo.
Aceptarme a mí mismo es estar de mi lado estar para mí mismo. La aceptación de mí mismo es la negativa a estar en una relación de confrontación conmigo mismo.
“Elijo valorarme a mí mismo, tratarme a mi mismo con respeto, defender mi derecho a existir” Este es el acto primario de autoafirmación”.
La aceptación de sí mismo supone nuestra disposición a experimentar la realidad sin negación o evasión. Es la negativa a considerar cualquier parte de uno mismo -nuestro cuerpo, nuestras emociones, nuestros pensamientos, nuestros actos, nuestro sueños como algo ajeno, algo distinto a mi. Es nuestra disposición a experimentar en vez de evadir cualesquiera hechos de nuestro ser.
Es la virtud del realismo, es decir, del respeto a la realidad aplicada a uno mismo. Si pienso en ideas que me causan transtorno, estoy pensando en ellas; acepto la plena realidad de mi experiencia. Si siento dolor, cólera o miedo o un deseo inadecuado, lo estoy sintiendo, -lo que es verdad, es verdad- no lo racionalizo, niego o intento descartarlo mediante explicaciones.
El experimentar nuestros sentimientos tiene un poder curativo directo. Puedo reconocer un hecho y avanzar con tanta velocidad que sólo me imagino que practico la aceptación de mí mismo; realmente estoy practicando la negación y el autoengaño. Si me niego a aceptar que a menudo vivo pasivamente, ¿cómo voy a aprender a vivir de manera más activa? La aceptación de sí mismo conlleva la idea de compasión, de ser amigo de mí mismo.
Yo puedo condenar una acción que he realizado y tener aún un interés compasivo por los motivos que me llevaron a ella. Aún puedo ser amigo de mí mismo. Una vez que asumo la responsabilidad de lo que he hecho puedo avanzar a un nivel más profundo, ir al contexto. Tanto aceptar como rechazar se lleva a cabo mediante una combinación de procesos metales y físicos. El acto de experimentar y aceptar nuestras emociones se lleva a cabo mediante: prestar atención al sentimiento o emoción, respirar suave y profundamente permitiendo experimentar el sentimiento en mi cuerpo, constatando la realidad que este es mí sentimiento.
Negamos y desechamos nuestras emociones cuando: Evitamos la consciencia de su realidad, limitamos la respiración y tensamos los músculos para recortar o entumecer el sentimiento, cuando nos disociamos de nuestra propia experiencia, en cuyo estado somos incapaces de reconocer nuestros sentimientos (me distraigo, culpo a los otros, me aburro, me sobre cargo de trabajo o responsabilidades, de desconecto de los problemas, me preocupo o me culpo).
Tercer pilar
La práctica de la responsabilidad de sí mismo.
Para sentirme competente y digno de la felicidad necesito experimentar una sensación de control sobre mi vida. Yo soy responsable de mi conducta con otras personas: compañeros de trabajo, socios, clientes, cónyuge, padres, hijos, amigos, pareja. Yo soy responsable de la calidad de mis comunicaciones. Yo soy responsable de la consecución de mis deseos. Yo soy responsable de mis elecciones y acciones. Yo soy responsable de aceptar o elegir los valores según los cuales vivo. ¿Qué implica cada uno de estos aspectos desde el punto del comportamiento?
Si tengo deseos soy yo quien tiene que descubrir como satisfacerlos. Tengo que asumir la responsabilidad del desarrollo y aplicación de un plan de acción. Yo soy el principal agente causal en mi vida y conducta. Si mis elecciones y acciones son mías yo soy su fuente. Soy responsable del nivel de consciencia que aporto a mis relaciones. ¿Me doy cuenta de cómo resultan afectados los demás por lo que digo y hago? Yo soy responsable de ser lo más claro posible que sé, de comprobar si el oyente me ha entendido; de hablar alto y de manera suficientemente clara para que me oigan; del respeto o falta de respeto con que presento mis ideas.
Yo soy responsable de mi felicidad personal.
Una de las características de la falta de madurez es la creencia de que es tarea de otra persona hacerme feliz. El asumir la responsabilidad de mi felicidad me vigoriza, me devuelve la vida a mi mismo. Yo soy responsable de elevar mi autoestima. La autoestima no es un don que yo pueda recibir de alguien más. Se genera desde adentro. Esperar pasivamente a que suceda algo que eleve mi autoestima es condenarme a una vida de frustración.
Cuarto pilar
La práctica de la autoafirmación
La autoafirmación significa respetar mis deseos, necesidades y valores y buscar su forma de expresión adecuada en la realidad. Su opuesto es la entrega a la timidez consistente en confinarme a mi mismo a un perpetuo segundo plano en el que todo lo que yo soy permanece oculto o frustrado para evitar el enfrentamiento con alguien cuyos valores son diferentes de los míos, o para complacer, aplacar o manipular a alguien, o simplemente para estar “en buena relación” con alguien.
La autoafirmación no significa beligerancia o agresividad inadecuada; no significa abrirse paso para ser el primero o pisar a los demás; no significa afirmar mis propios derechos siendo ciego o indiferente a los de todos los demás. Significa simplemente la disposición a valerme por mí mismo, a ser quien soy abiertamente, a tratarme con respeto en todas las relaciones humanas.
Equivale a una negativa a falsear mi persona para agradar.
El ver es un acto de autoafirmación y siempre se ha entendido como tal. El primer acto de autoafirmación el más básico, es la afirmación de la consciencia. Esto supone la elección de ver, de pensar, ser consciente, proyectar la luz de la consciencia al mundo exterior y al mundo interior, a nuestro ser más íntimo.
El formular preguntas es un acto de autoafirmación, desafiar la autoridad es un acto de autoafirmación. El pensar por uno mismo -y atenerse a lo que uno piensa- es la raíz de la autoafirmación. Faltar a esta responsabilidad es faltar a uno mismo en el nivel más básico.
No hay que confundir la autoafirmación con la rebeldía insensata. La autoefirmación sin consciencia no es autoafirmación equivale a conducir ebrio.
A veces personas que tienen una dependencia y temor esencial optan por una forma de afirmación autodestructiva. Consiste en decir de manera refleja “¡No!” cuando su mejor interés sería decir “Sí”. Su única forma de autoafirmación es la protesta -tanto si tiene sentido como sino-. A menudo vemos esta respuesta en los adolescentes -y también en adultos que no han madurado más allá de este nivel de consciencia adolescente-. La finalidad de esta conducta es proteger sus límites, lo que está intrínsecamente mal, pero los medios que aplican los dejan pegados en una etapa de desarrollo primaria. Si bien la autoafirmación supone la capacidad de decir no, en última instancia se pone a prueba no tanto por aquello en contra de lo cual vamos sino por aquello a favor de lo cual estamos.
La autoafirmación nos exige no sólo oponernos a lo que rechazamos sino vivir de acuerdo con nuestros valores y expresarlos. En este sentido está estrechamente vinculada con la cuestión de la integridad.
Quinto pilar
La práctica de vivir con propósito
Vivir sin propósito es vivir a merced del azar, porque no tenemos una norma sobre la cual juzgar que vale la pena y que no vale la pena hacer. La fuerzas exteriores nos impulsan como un corcho que flota en el agua, sin una iniciativa nuestra que fije un curso específico. Nuestra orientación a la vida es más bien reactiva en vez de proactiva. Vamos a la deriva. Vivir con propósito es utilizar nuestras facultades para la consecución de las metas que hemos elegido: la meta de estudiar, la meta de crear una familia, de ganarnos la vida, de mantener una feliz relación romántica.
Son nuestras metas las que nos impulsan, las que nos exigen aplicar nuestras facultades, las que vigorizan nuestra vida. Vivir con propósito es entre otras cosas vivir productivamente, una exigencia de nuestra capacidad para afrontar la vida. Construimos nuestro sentido de eficacia básica mediante el dominio de formas particulares de eficacia relacionadas con el logro de metas particulares.
Los propósitos que nos animan, para poder ser realizados tiene que ser específicos. Yo no puedo organizar mi conducta de manera óptima si mi objetivo es únicamente “hacer lo que pueda”. Esta meta es demasiado vaga.
El vivir con propósito es interesarse por estas preguntas: ¿Qué estoy intentando conseguir? ¿Por qué pienso que estos medios son adecuados? ¿La retroalimentación del entorno me informa de que lo voy a conseguir o que voy a fracasar? ¿Tengo que contemplar una información nueva? ¿Tengo que hacer algún ajuste en mi conducta, mi estrategia o mis prácticas? ¿Tengo que reelaborar mis metas y objetivos?
Así pues, vivir con propósito significa vivir con un alto nivel de consciencia. Como forma de actuar en el mundo, la práctica de vivir con propósito supone las siguientes cuestiones básicas:
Asumir la responsabilidad de la formulación de nuestras metas y propósitos de manera consciente.
Interesarse por identificar las acciones necesarias para conseguir nuestras mentas. Controlar la conducta para verificar que concuerda con nuestras metas.
Prestar atención al resultado de nuestros actos, para averiguar si conducen a donde queremos llegar.
Sexto pilar
La práctica de la integridad personal
La cuestión de la integridad personal asume una importancia cada vez mayor en la valoración de nosotros mismos. La integridad consiste en la integración de ideales, convicciones, normas, creencias, por una parte y la conducta por la otra.
Cuando nuestra conducta es congruente con nuestros valores declarados, cuando concuerdan los ideales y la práctica, tenemos integridad. Repárece en que antes de que pueda siquiera plantearse la cuestión de la integridad necesitamos principios de conducta- convicciones morales sobre lo apropiado y lo inapropiado-, juicios sobre las acciones correctas o incorrectas.
Cuando nos comportamos de una forma que entra en conflicto con nuestro criterio acerca de lo que es adecuado, se nos cae el alma a los pies. Nos respetamos menos. Si esta conducta se vuelve habitual, confiamos menos en nosotros mismos o dejamos de confiar por completo. Cuando una quiebra de la integridad hiere la autoestima lo único que puede curarlo es la práctica de la integridad. Al nivel más elemental la integridad personal supone cuestiones como estas:
¿Soy una persona fiable y digna de confianza? ¿Mantengo mis promesas? ¿Hago las cosas que digo y admiro y evito las cosas que afirmo deplorar? ¿Soy una persona justa en mis relaciones con los demás?
La integridad significa congruencia, concordancia entre las palabras y el comportamiento. De las personas que conocemos, confiamos en algunas y en otras no, si nos preguntamos la razón, veremos que es básica esa congruencia. Uno de los grandes autoengaños consiste en decirse a sí mismo: “Sólo yo lo sabré”. Sólo yo sabré que soy un mentiroso; sólo yo sabré que me comporto de forma poco ética con las personas que confían en mi; sólo yo sabré que no tengo intención de cumplir mi promesa. Esto implica que mi juicio no es importante y que lo único que cuenta es el juicio de los demás. Pero cuando se trata de cuestiones relativas a la autoestima, tengo más que temer de mi propio juicio que del juicio de nadie.
La mayoría de las cuestiones relativas a la integridad que afrontamos no son grandes cuestiones sino cuestiones menores, pero el peso acumulado de nuestras elecciones tiene una incidencia en nuestro sentido de la identidad.
Si aporto un 5% más de integridad a mi vida...
Yo diría a los demás cuando hacen cosas que me molestan.
Yo no maquillaría mi cuenta de gastos.
Yo reconocería cuando filtreo con alguien.
Yo no sería tan conciliador con las personas que detesto.
Yo no me reiría ante chistes que considero estúpidos y vulgares.
Yo me esforzaría más en mi trabajo.
Yo no diría simplemente a los demás lo que desean oír.
Yo no vendería mi alma con tal de tener éxito.
Yo diría no cuando quiero decir no.
Basado en el libro “Los seis pilares de la Autoestima” de Nathaniel Branden
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